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Obediencia a la autoridad

obediencia a la autoridad
Desde niños aprendemos que no está bien hacer daño a otra persona.

Una vez adultos tenemos principios que dirigen nuestra conducta para distinguir lo que está bien de lo que no, y así actuar conforme a ellos.

Pues bien, este apasionante experimento llevado a cabo por Stanley Milgram - y que da título a su libro “Obediencia a la autoridad” - refleja unas conclusiones que demuestran hasta qué punto las personas podemos actuar en contra de nuestras creencias.

En este artículo veremos qué factores hacen que nos sometamos a las órdenes de la autoridad.

El experimento

En la Universidad de Yale se llevó a cabo un experimento con 40 personas que, bajo las instrucciones de un supuesto investigador, debían aplicar descargas eléctricas a una víctima (cómplice del investigador) cuando errase una serie de respuestas.

Cada sujeto disponía de un panel de treinta conmutadores de intensidad entre 15 y 450 voltios, con pequeños letreros que señalaban desde “Descarga Ligera” a “Peligro: Descarga Violenta.”

El castigo comenzaba con un nivel de descarga muy bajo e iba aumentando cada vez que la víctima daba la respuesta equivocada.

En la administración de la descarga de 135 voltios, la víctima emite gemidos dolorosos y después sigue protestando a medida que crece la intensidad de las descargas. Finalmente grita que se le libere con la descarga de 150 voltios.

Este experimento ponía a prueba al sujeto para comprobar hasta que punto era capaz de obedecer las órdenes del investigador inflingiendo descargas en contra de la voluntad de la víctima.

Ni siquiera los alaridos de la víctima condujeron a una desobediencia a la autoridad

La mayoría de los sujetos era más que consciente de lo inadecuado del acto, sin embargo más de la mitad de ellos no fueron capaces de enfrentarse a la autoridad y llegaron hasta el final del experimento, sin sufrir amenaza o castigo alguno por parte del supervisor del que recibía la orden de accionar la palanca y aplicar cada descarga.
Ni siquiera alaridos agónicos o alusiones a problemas del estado del corazón condujeron a una mayor desobediencia por parte de los participantes.

Los resultados son tan increíblemente sorprendentes como interesantes las conclusiones resumidas en este artículo. Pero no es mi objetivo detallar todos los pormenores y múltiples detalles que añaden credibilidad a los resultados del estudio, para lo cual recomiendo muy sinceramente la lectura de este fantástico libro.

Lo más importante:
¿Qué factores hacen que nos sometamos a las órdenes de otra persona a sabiendas de que no estamos haciendo lo correcto?

1. Desaparición del sentido de la Responsabilidad

La desaparición de todo sentido de responsabilidad es la consecuencia de más largo alcance de la sumisión a la autoridad. Eso no significa que perdamos nuestro juicio moral, simplemente lo delegamos a una autoridad externa legítima y no nos consideramos responsables de nuestras acciones.

Muchos justificaban con frecuencia: “si de mí hubiera dependido, jamás hubiera administrado descarga alguna”.

2. Instrumentalización del Sujeto

Las personas más corrientes pueden convertirse en agentes de un proceso terriblemente destructivo por el mero hecho de realizar las tareas que les son encomendadas. Todo sin hostilidad alguna por su parte.

Para ello deben perder la visión de las más amplias consecuencias de sus actos y funcionar como “parte de”, como un instrumento.

Por ejemplo, un soldado no se pregunta si es bueno o malo matar, se concentra en llevar a cabo la misión asignada lo mejor posible.

3. Desplazamiento de los Valores

El acto de administrar descargas a la víctima - así como el soldado que dispara - tampoco tiene su origen en tendencias destructivas o sádicas. No se produce una pérdida de valores, sino un desplazamiento de los mismos bajo determinadas circunstancias.

La situación es redefinida de forma que la obediencia y cumplimiento del deber se sitúan por encima.

No pocas personas fueron incapaces de imponer sus valores morales y se vieron a si mismas prosiguiendo con el experimento, aun cuando no estaban de acuerdo con lo que hacían.

4. Devaluación de la víctima

Un factor decisivo lo constituye la respuesta a la AUTORIDAD, más que la respuesta a una orden particular. No es lo que los sujetos hacen, sino para quién lo hacen lo que importa.

No es lo que los sujetos hacen, sino para quién lo hacen lo que importa

Cuando se produjo un intercambio de papeles y era un hombre corriente el que ordenaba las descargas hacia el eminente investigador, todos interrumpieron el experimento con la primera protesta, negándose a administrar incluso la más mínima descarga por encima de ese punto. Lo que significa que anteriormente consideraban al hombre corriente con menos derechos individuales que la autoridad competente.

No es difícil imaginar que, con toda probabilidad, los sujetos hubieran experimentado mayor facilidad para provocar descargas sobre una víctima que les hubiera sido descrita como un criminal.

Resulta muy curiosa la paradójica respuesta de un profesor del Antiguo Testamento cuando se le preguntó por qué desobedeció las órdenes del investigador haciendo caso a las súplicas de la víctima:

“Cuando tiene uno como autoridad última a Dios, relativiza totalmente la autoridad humana”.

Es decir, vuelve a aparecer otro modelo de autoridad por encima de la propia conciencia.

5. Proximidad al acto

Todo factor que pueda crear una distancia entre el sujeto y la víctima conducirá a una reducción de la tensión sobre el participante, aminorando de esta manera su desobediencia.

Es más fácil hacer daño a una persona cuando no observamos el resultado de nuestras acciones. Cuando se les obligaba a observar de cerca el sufrimiento de la víctima, los sujetos señalaban su malestar. (Si bien proseguían administrando descargas apartando la vista.)

Cuando se les liberó del hecho de tener que aplicar las descargas - aun siendo partícipes del experimento - sólo 3 de 40 se negaron a tomar parte hasta el final.

“Todo director competente de un sistema burocrático destructor puede organizar su personal de suerte que sólo los más pérfidos y obtusos se vean directamente envueltos en la violencia.”
Stanley Milgram

Notas: No hubo diferencias significativas cuando el estudio se realizó en otras instalaciones fuera del prestigio de una institución como Yale o cambiando de investigador. Tampoco entre hombres y mujeres.

Una conclusión inquietante

Aquí se nos revela algo mucho más peligroso. El estado producido en el laboratorio es a todas luces menos penetrante que otras estructuras de más alto rango, como la autoridad de un gobierno nacional, por ejemplo.

El problema de la obediencia no es algo totalmente psicológico. La forma y estructura de la sociedad tiene mucho que ver con el mismo. La vida social organizada presta beneficios a quienes forman parte de la misma, pero los individuos que entran en dichas jerarquías se ven necesariamente modificados en su funcionamiento, cuya conciencia, que regula la acción impulsiva agresiva, se ve forzosamente disminuida.

Nuestra conciencia se ve forzosamente disminuida al vivir en sociedad

Al paso que la tecnología ha puesto a disposición los medios necesarios para la destrucción de otras personas a distancia, la evolución no ha tenido la posibilidad de crear inhibidores contra estas formas remotas de agresión tan poderosas, inhibidores que son numerosos y abundantes en las confrontaciones cara a cara.

Por otro lado, en el marco general de nuestra sociedad actual, el poder de una autoridad no tiene su origen en determinadas peculiaridades personales, sino en su aceptación como una empresa social legítima. Nos encontramos de esta manera con una fragmentación del acto humano en su totalidad; la persona que asume una responsabilidad total por su acción, simplemente, se ha diluido.

“En el momento en que escribo estas líneas, seres humanos altamente civilizados vuelan sobre mi cabeza tratando de matarme. No tienen sentimiento alguno de enemistad contra mi como individuo, ni tampoco lo tengo yo contra ellos. Como se dice, no hacen otra cosa que ‹‹cumplir con su deber››.
La mayor parte de ellos, estoy yo plenamente convencido, son personas de buenos sentimientos, cumplidoras de la ley, que jamás soñarían en sus vidas privadas con cometer un asesinato. Por otra parte, si consigue uno de ellos hacerme saltar en pedazos con una bomba bien colocada, no por ello dejará de dormir tranquilamente.

George Orwell.

- Actualización: citas, reflexiones y notas complementarias -

“La psicología social de este siglo nos revela una lección importante: a menudo no es tanto la personalidad de un hombre como su situación la que determina cómo va a actuar”
Stanley Milgram (1974)

Peter Gabriel incluyó en su álbum “So” (1986) una canción titulada “We do what we’re told-Milgram’s 37″. El número 37 hace referencia al porcentaje de personas (37,5 %) que desobedecieron y no llegaron a aplicar la máxima descarga.

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